viernes, 22 de enero de 2010

Sentado esperando

 Las plateada sien se arrugaba al compás de un dedo inquieto y pensativo. La gafas de diseño moderno bailaban con sus patillas por la humedad de su boca. Esperaba, en la penumbra de una débil luz, su regreso. En vano. No por anunciado, no por previsible, resultaba menos doloroso. Había gozado del placer divino de la belleza, veinte años más joven, que le había hecho abandonar las rutinas diarias de un matrimonio confortable y desgastado, a cambio, la locura de una aventura. Pero terminó. Lo vió en sus ojos. Se fue con el verano, el verano había llegado a septiembre. Quizás la pasión fuera efímera, quizás debía dejar al curso de la vida seguir danzando por meandros enrevesados. Ella estaba triste, el último de sus gemidos orgasmáticos, había sido el último, se había entregado en aquella playa a la luz de una luna llena, el corazón latiendo a cien por mil.

sábado, 16 de enero de 2010

A mi mismo

Esperándome a mi mismo en la esquina de la pescadería Jesús llegaba tarde y empezaba a impacientarme ante mi propia informalidad. Un paquete de cigarrillos, mil pasos de un lado a otro, asomándome a ambos lados de la calle por si me veía llegar, el reloj en su incesante transcurrir. El teléfono comunicaba donde coño estaría y con quien hablaba, no era celoso ni posesivo, pero me turbaba que en la dicotomía de mi bipolaridad hubiera otro entre nosotros. Se hizo de noche, histérico, con los ojos enrojecidos y desencajados regreso a mi casa. Abro la puerta y me descubro ante el espejo: "con que estabas ahí, ya podía yo esperar, no voy a quedar más conmigo siempre nos hacemos lo mismo, al menos habrás preparado la cena". Obviamente no me la había preparado. Chasqueó la lengua y me doy un merecido puñetazo, no me denunciaría, no esta vez.

sábado, 9 de enero de 2010

Sorbete de limón con tequila

Dio una cucharada al sorbete de limón con tequila número ocho de la tarde más calurosa y soleada del año. Dolido en la garganta, la cabeza nublada y los tacos tex mex dando saltitos en su estómago. La soledad de un momento amargo. El momento de la decepción. La estupidez personificada en una borrachera. cayó estruendosamente del taburete. El camarero que se las veía venir levantóle, "deja, ya pueedo, cuánto te debo", pago su cuenta y empezó a sesear por las calles, mientras gritaba blasfemias sin sentido, una niña de trencitas rubias que comía un helado de fresa asustóse ante él y llorando corrió a la minifalda de su madre de espectacular cuerpo, "no le dá vergüenza, asustar así a una niña, ándese o llamo a la policía so guarro", "pegdón", lo único que acertó a decir cuando la miró a unos ojos azules  intimidatorios, la vergüenza y la libido corrían paralelas, ganó la vergüenza y se alejó, su casa estaba a la vuelta de la esquina allí dormiría una reponedora siesta en un verano caluroso.