sábado, 28 de mayo de 2011

  Perdido en la multitud de personas que andaban ajenas a sus cavilaciones personales, pensando en lo imposible de aquel sentimiento, insistente, que roía su pecho en una repetida sensación de angustia. Pensaba en ella, en la reciprocidad de miradas perdidas que decían las palabras ocultas de un secreto, el roce de su mano casual electrizaba el vello de su piel con un mortífero placer inacabado en una sonrisa que trataba de disimular el estremecimiento que había provocado, horas de compartir espacio   en el desengaño de ojos que brillaban con pasión. La paradoja de una relación sin futuro, oportunidad ni fin. El riesgo de provocar sufrimientos a quien daño no podían hacer, no se lo habían dicho nunca pero una intuición, de esas que arrancan allá donde la razón sólo llega pasado el tiempo de las frustraciones. Los contenidos labios que besábasen húmedos en la mejilla de los saludos rutinarios, alargándose  en segundos petrificados mientras se estrechaban las manos, enlazando los dedos en el único contacto físico que se permitían, era ahí donde el secreto implícito temblaba, era ahí , en el latido mutuo, cuando comprendían que no podrían quedarse solos, que siempre tendrían que verse en compañía de otros, era la única forma en la que la contención incontinente del corazón desbocado, de la imaginación ardiente, del suspiro que se dedicaban en ratos dispersos, podía contener a la naturaleza incontrolada de ríos que desbordaban los márgenes de lo racional.
  Y se desbordaron, cinco minutos bastaron en la confusa noche, en la soledad de un intervalo irreal, se encontraron, las copas de más inhibieron el autocontrol, sus rostros a un suspiro de alientos entrecortados jadearon compulsivamente en lenguas entrecruzadas. La presionó contra la columna, ocultos en la penumbra,  sintieron las almas salir de sus cuerpos violentamente, el deseo retenido desbocado en segundos eternos y únicos, se miraron a los ojos y la realidad volvió a distanciar las manos que no querían, pero no podían, volvieron a la tierra desde aquel terreno desconocido, desde ese abismo de sensaciones desatadas que arrancaban con dolor un amor desesperado y confirmado.
  Se necesitaban y la necesitaba, pero tenían que vivir con aquello que sentían y que les arrastró, aún deleitándose mientras tomaba el café del día siguiente, en el inevitable transcurso del tiempo lineal que todo lo envolvía y del que sólo los recuerdos pervivirían atravesando fronteras imaginarias.