martes, 27 de julio de 2010

La bicicleta

 En plena subida por la cuesta que antaño llevábame a mi casa , ora también, salióse con estrépito la cadena de la bicicleta, un trastazo casi me doy, mas el apoyo de un pie con su respectiva zapatilla del cuarenta y cuatro sálvame de caer a sus pies. Ella pasa, me ve y  la veo, la observo de costado, de frente me mira, con cara de querer sonreir, pero se aguanta, oso decirle algo, pero en el último instante el celeste intimidador de sus pupilas retrotrae mi vergüenza hacia el piñón de la rueda con aquel amasijo salido colgando cual chorizos enlazados en una charcuteria,( la de la Pepa, los más buenos y picantes), desmonto,  deposito la mochila en un costado, miro el pequeño contratiempo que me ha ido a cruzar con ella, Alicia, lleva unas bolsas de la compra, sobresalen las cebollas y la barra de pan, cubren su regazo, entrelazadas están sus manos, impidiendo la mejor contemplación de aquellas piernas liberadas por el pantalón corto que le llegaban justo al contorno de unas caderas, tan deseadas y cercanas, tan lejanas en realidad, era la novia de mi amigo Paco,  un "quieres que te ayude" de repente, dice, las cuerdas vocales se resecan de golpe, turbado traga saliva Agustin, el de la bicicleta con la cadena colgando cual chorizos enlazados en una charcuteria, (bla, rebla), con un "no hace falta, un poco de vuelta por aquí, unos dedos ennegrecidos por allá y plim plam plum, ça y est, como diría mi tio de Francia", digo yo,  o eso debí decir, "veinte años hace de aquello Gabriella, de esa conversación surgieron otras y con el tiempo nos gustamos, ella dejo a Paco, yo dejé de tener un amigo, la distancia, el olvido hizo el resto, pero para que quieres saber nada, la amo todavía, pero entre tus piernas encuentro el consuelo por la chispa perdida, dáme un beso tonta, me quedan quince minutos para irme".

sábado, 10 de julio de 2010

Soy un ciudadano, no un ente absatracto

Refulge aquel objeto brillante en la nocturnidad asesina con la que golpeaba el rostro de aquella mole de carne que minutos antes lo había aporreado sin compasión como si de un muñeco se tratara, sólo el oportuno resbalón con una piel de platano había podido otorgarle la ocasión de escapar, pero un odio profundo e instintivo le había dado las fuerza de coger aquella barra de hierro contundente y brillante para  con toda la furia contenida en meses de huída hacia ningún lugar, perseguido, escondido, humillado, la sangre de la justicia salpicara su rostro, el cuerpo del ente ya no respiraba pero él seguía atizando, hasta que extenuado en un ahogo entrecortado se dió por satisfecho, tiró la barra cerca del contenedor maloliente de basura: "adios señor banco, soy un ciudadano, no un ente abstracto, tengo más derecho a existir", le dijo, mientras con pasos trastabillados se alejaba del lugar que iba a ser su tumba y que se convirtió en su venganza. La ciudad devoró todo rastro de su paso por aquel lugar y el anonimato fue su mejor refugio.