viernes, 22 de enero de 2010

Sentado esperando

 Las plateada sien se arrugaba al compás de un dedo inquieto y pensativo. La gafas de diseño moderno bailaban con sus patillas por la humedad de su boca. Esperaba, en la penumbra de una débil luz, su regreso. En vano. No por anunciado, no por previsible, resultaba menos doloroso. Había gozado del placer divino de la belleza, veinte años más joven, que le había hecho abandonar las rutinas diarias de un matrimonio confortable y desgastado, a cambio, la locura de una aventura. Pero terminó. Lo vió en sus ojos. Se fue con el verano, el verano había llegado a septiembre. Quizás la pasión fuera efímera, quizás debía dejar al curso de la vida seguir danzando por meandros enrevesados. Ella estaba triste, el último de sus gemidos orgasmáticos, había sido el último, se había entregado en aquella playa a la luz de una luna llena, el corazón latiendo a cien por mil.

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