sábado, 4 de septiembre de 2010

Don Culpable Quéhicistes

... y yo  me empantano en inercias, tendidos entre copas espumosas, efluvios, besos, pecado en mi piel
suspiro entre caderas extrañas,
que las tuyas no son, amor, otra, y aunque esto te lo cuente en secreto, esta historia
no conoceras, pues, a veces, la realidad de un instante vital perturba la felicidad 
  de años                     encontrados, por eso y
aunque las golpeé con placer, aquellas nalgas, en el goce oculto
de una pasión desenfrenada                                           con el auspicio de unas gotas, en la semipenumbra de un cuarto desconocido,
                          jugueteando con el morbo en cancha ajena,
libidinosas, que resbalan sudorosas encontrando mi boca, abarco la aureola oscura de aquellos pezones, horas atrás desconocidos, con la mirada perdida en un escote que me perdió, mientras, esto, ocurre 
entre
           sabanas satinadas de color rojo y olor perfumado de incienso de la estancia que se pierde entre sonidos de música oriental, pausas entre vueltas y revolcones, mi cabeza aferra
este recuerdo de lo que pasando va

la entrepierna late con dureza, enclaustrada en unos pantalones ajustados, uñas francesas pintadas de  deseo arañan mi piel, buscan, pacientes, los cierres que invocan el misterio de los que en horas ya antiguas no conocíanse de nada y en horas presentes conocían lo suficiente como para que sus lenguas se entrecruzaran en labios contra labios, voy
arremetiendo con movimientos
cuidadosamente rebuscados, ella  me responde con suspiros y una expresión entre angelical y traviesa de un rostro extrañamente hermoso, música de laud en algún lugar, olor perfumando los sentidos, absortos por el placer de dos cuerpos que se responden mutuamente las preguntas que sus bocas no quieren hacerse, que mi boca no quiere hacer, la culpabilidad con su sentimiento vendría después cuando la luz del alba me despertó abrazado a su cintura, pero hoy, en aquel momento, ya no era ayer, el encanto de la noche rompió su hechizo con aquel insolente sol que dañaba mis ojos resacosos, dormía plácida aquella belleza que me encontré en una noche de copas, la satisfacción mutua lustró de suavidad nuestras epidermis,
                      los temblores del climax desbordaron
pasiones con las que soñar, 
lentamente                me vestí,
lentemante                 me marché,
lentamente                  regresé a tus brazos, confundido, y la mentira brotó de mis labios impuros, la ducha y el colchón de siempre salvaron
las explicaciones inexplicables, la ternura de tus palabras, martilleaban a Don Culpable Quehicistes, pero la vida siguió y de aquello sólo quedan tecleadas unas letras en el infinito.

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