sábado, 15 de mayo de 2010

Juntos hasta el fin, al menos, eso creían

...se prometieron morir juntos, allá en su juventud, cincuenta años ha, con la pasión desbordada en intensos momentos, impulsados al cielo por caricias primeras, botones de camisa descorchados, besos sobre pieles desnudas que se amaban. Se amaban. Ella hacia tiempo que no, más bien lo detestaba, lo sabían ambos, llegados a la vejez lo detestaba aun más por haberse apostado su vida a la fidelidad de una promesa y de apariencias, siempre ese mundo aparente que escondía bajo sus alfombras mil secretos inconfesables. Preparaba el veneno que los ataría a la eternidad, eternidad  incomparable a la belleza de los efímeros segundos, inasibles al control, escurridizos como granos de arena, pedazos de vida recortados en el recuerdo de lo que existió y que ahora, simplemente, tose en sus últimos estertores de aliento, gargajos purulentos de enfermedad y muerte camino a ningún lugar, ella quería vivir, sobretodo, vivir sin él, ver mundo, ver al mundo, su genética privilegiada la conservaba en forma, vital, soñadora encerrada en muros invisibles de adobe, pero el infecto personaje le recordó la promesa que se hicieron de jovenes cuando sus hábiles dedos electrizaban los rincones de placer desconocidos, remotos,  que su curvilíneo cuerpo gozaba con imparables orgasmos que la dejaron rendida, cautiva e indefensa, pero eso era antes, antes de todo lo posterior, de conocerse realmente en el infierno de una convivencia que tocaba a su final, alistó la infusión que desharía las cadenas que la ataron, unas lágrimas tontas cayeron sobre su taza recuerdo de Cazalla de la Rimplamplum, avanzó hasta la maloliente estancia, él la miró con el odio envidioso en sus ojos, ella sabía que él no haría lo mismo en la situación inversa, pero esa posibilidad era y no se podría, ya, jamás comprobar. Incómoda, una vez más, le dijo:
- Tomátelo rápido, Aurelio, es algo desagradable su sabor, en  cinco minutos estaremos ...-se pausa- muertos
- Eres una puta cerda Martina- entre resoplos y escupitajos rezumó el veneno que había desfigurado su alma
durante años, cincuenta, perpetuos e inacabables
- Yo también te quiero hermoso- se permitió el cinismo
Agarraron sus respectivas tazas, desconfiado, Aurelio esperó a que Martina se tomara la suya, soltó la taza, la vida se acababa para los dos, la muerte entraba en su cuerpo con retortijones, insuficiencia respiratoria, paro cardíaco, no morirían abrazados románticamente, pero lo harían juntos, ella no sería de otro, era de su propiedad, pensaba, y se iría con él. Fin. Dos cuerpos ancianos yacían en la habitación de un cuarto piso, la televisión de la sala encendida retransmitía un partido de fútbol. La de la guadaña se cobraba su precio. El dolor había sido breve e intenso, para él. Martina abrió los ojos tras sonreir en el suelo, su primera sonrisa en años, un rictus triste enmarcado por la bella sonrisa de una mujer que desandaría el camino. Levantóse. Abrió el armario, la maleta con lo imprescindible,, lista, el billete de avión destino al caribe, también. Renacía entre sus cenizas, encontraría el sol que iluminaría el resto de su existencia sin él. Un último vistazo antes de cerrar la puerta, el lunes llegaría la cuidadora y ya haría lo que tuviera que hacer. Bye bye.
Bajaba por el ascensor.

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