sábado, 13 de febrero de 2010

Inoportuno

Era un temblor imperceptible de placer,  de no ser porque mis brazos contorneaban tu cintura, cuerpos prietos en el más inoportuno de los momentos, enlazados,  mientras depositaba un suave beso en tu cuello desnudo, tras la oreja izquierda en la quinta planta de un hospital. El último.  Esperábamos al parto de tu hermana que ya se iba demorando en salir, más bien tu esperabas al parto de tu hermana que se iba demorando en salir, yo esperaba el parto de mi ingresada esposa en la cuarta planta, pensar amor que ayer nos conocimos en la cafeteria de aquel gran hospital, que nos habíamos conocido por la torpeza innata de mi codo izquierdo tirándote el café que tanta cola te había costado, ya en el momento en el que nos agachamos nuestras miradas, desconocidas , se cruzaron y, casi sin saberlo entonces nosotros, se enamoraron del penetrante brillo recíproco que desprendían. Las reiteradas disculpas nos llevaron a una conversación y , como en una película mal guionizada, fluía una charla aparentemente inocua, pero sumamente agradable, por dos veces nos separamos ese día que fue ayer, ya tanto tiempo para nosotros, dos veces nos reencontramos, en la comida y en la cena, ya sin aquel torpe codo como excusa, instintivamente nos habíamos buscado y allí estabas con la mirada brillando ante mi rostro, aislados de lo que nos rodeaba, apretando nuestros labios impulsivamente en la pausa del cigarrillo, sabiendo ambos lo efímero e inusual del instante que vivíamos, los dos. Ahora todo aquello terminaba, tu hermana daba a luz una preciosa niña a la que llamaron como su tía y mi mujer tenía un precioso niño al que llamamos como yo, ante la insistencia de ella y de mi querida suegra. Nuestros caminos se separaban con aquel beso en tu desnudo cuello con imperceptible estremecimiento de placer, dejando un vacio tras de sí, instalando aquel amor incompleto en mi corazón del que jamás me olvidaría, al menos eso creía, ya que cuando Joaquin cumplió cinco años apenas recordaba tu cara y tu ya habías encontrado otros labios que depositaban con cuidado un beso en tu desnudo cuello que hacíate estremecer de placer.

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