sábado, 9 de octubre de 2010

Eran dos



Un tiempo incesante
retuerce los renglones escritos
en el dolor pectoral de un latido, 
oculto, secreto,
es una angustia vital 
que repica como gotas de lluvia 
golpeando contra el cristal,
sus ojos indiferentes, gélidos
al sufrimiento de no dejarse llevar
por caricias que anhelan rozar 
su piel desnuda 
que duerme asustada de sí misma
por la erección firme del momento,
por una mano que acaricia su seno,
deseo que baja en forma de sudor
tras la nuca erizada de su excitación,
le cubre, despacio, con besos mimosos
que deposita sobre el hombro desnudo
de la espalda arqueada y 
la respiración jadeante, lo desconocido
se abre paso entre los dos
amantes amigos, disfrutando
de un sexo prohibido
mientras la pudorosa sociedad
duerme ensimismada en frías
hipocresías de tiempos oscuros.



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