sábado, 4 de diciembre de 2010

En el recuerdo de un momento

...y así fue como pasó, tal como les conté o creía que  les contaba aquello que en algún momento pudo suceder y que no sucedió, tal vez, pero imaginé que la cosa enredada de lo percibido no era acorde a la graduación etílica del instante nublado por un recuerdo difuso del acontecimiento efímero. 
  Una impotencia eréctil masturba mi mente mientras en líneas dispongo lo que  ni con un diptongo  puedo, incapaz de pensar en la idea que turbaba tal pensamiento de idioteces y absurdos revenidos como queso florecido, aun así recuerdo algo, recuerdo aquel pozo asentado a la sombra de un olivo, de agua fresca y cristalina, extraída por un cubo sujeto a una larga cuerda sita en una polea, veranos calurosos de sol inclemente, las chicharras cantan en el silencio de la siesta entre la tímida arboleda que lleva al canal de riego, otra vez el agua, en circulación, transportada a donde no la había y era necesaria, campos de girasoles de los que se extraían pipas  que comíamos mientras dejábamos que el atardecer de un nuevo día firmara el ocaso que es nuestra vida, sin darnos apenas cuenta de que el tiempo que transcurrió en nuestra memoria sucedió realmente, lo vivimos sin apenas darnos cuenta en aquella infancia tan remota,  
... y  ya, en la foto de aquellos recuerdos, empiezan a faltar personajes que existieron y que sin darnos cuenta, por el transcurso inclemente del tiempo, se llevan nuestra vida  con sus ausencias fúnebres, como el canal de riego se llevaba el agua llegando al presente siniestro fotografiando con nuestros ojos el sentimiento de instantes que en un futuro dejaran la pose postrera de lo que una vez sucedió y tal vez no existió, o tal vez, en el consuelo desconsolado, queda retenido en un bucle espacio temporal del que ya jamás saldrá, pero no nos daremos cuenta hasta que ya sea demasiado tarde.
...pero aquí estaba mi yo, acompañado por el dulce abrazo que baja por mi pecho, unos labios se posan, en infinitos besos de placer, por mi cuello, manos acariciando mi torso desnudo en una tarde de verano, por la ventana observo el pozo de mi niñez con el olivo de mi infancia, no hay nadie, cantan las chicharras, la nostalgia por el pasado, por el tiempo transcurrido, plácido en aquellos atardeceres de estío cordobés, sólo ella me acompaña, me excita con pequeños mordiscos en el lóbulo de la oreja, reclama de mí el sexo placentero de aquel que ya no es un niño ¿o sí?, los dedos dejan de teclear, la atención se desplaza con la vista a su desnudo cuerpo, los pezones duros se alzan  enhiestos a la altura de mis labios, un ínfimo tanga despierta el deseo oculto, endurecido en latir de un corazón enamorado, la tarde encontró su dispersión, los cuerpos se funden, sudorosos, en suspiros quedos y palabras obscenas que nos acaban excitando aun más, despacio, ritmos lentos en el contornear de las pierna chocando entre sí, recreándonos en nuestras pieles ajadas, como si no nos conociéramos, como si de la primera vez se tratara pese a los años transcurridos, pese al torrente de recuerdos que casi empañaron los ojos de este viejo jubilado con su vieja compañera de siempre.
  Como la vez primera.

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