sábado, 19 de febrero de 2011

Circunstancias adversas



 Estaba ahí, al otro lado del parque, tras los columpios repletos de niños con padres. Sacaba un perro, con correa y bozal,  peludo, cacas malolientes recogidas,  pudor mediante, con bolsas de supermercado. La envidia desde lejos azotaba su tormento.  


 Ahuyenta sus fantasmas con un cartón de vino de mesa barato y aguado. Sentado sobre diarios atrasados, su destino pudo ser aquel, pero se hundió en arrogancias diversas. Suena música de jazz, el sentimental saxofón de puro y copa en el estudio mientras leía libros profundos y densos,   ,,,,   , en su cabeza retumba la inquina que roía los intestinos llenos de los restos descompuestos de los restos de un asado con patatas y ensalada del día anterior de la basura de lo que fue su restaurante favorito y es que la vida tiene un ritmo frágil que suele romperse a veces y luego a recomponerse como si nada, pero él estaba en un parque, sucio y maloliente, con hambre y rencor en la boca del estómago, vergüenza en sus defecaciones entre los arbustos limpiadas con la aspereza irritante de hojas de periódico, insuficientes en día de diarrea. Nada se recomponía en su vida. Le traicionó y un golpe con el canto de la puerta le denunció por malos tratos, él que rogaba porque no se fuera y ella en su huida daba con la solución para no seguir con él. Comisaria, acusaciones, juicio y condena. 

 Aquél, que sacaba al perro con bozal y correa, peludo, en la entrepierna húmeda de aquella que su mujer fue, gozando su infortunio, su mediocridad como persona castigada por las circunstancias adversas, él lamentándose de las incurables heridas del corazón negro, roto en su ilusión. Cuando pasaba por su lado hacía como que no lo conocía y su único sentimiento entre su rubor y su impotencia, era la envidia por lo que tuvo y no retuvo. 

 Fue la última vez que lo vio, ese día saltó al vacío de una vía del tren rápido de las 11.55 que esparció su humanidad en violentas partes despedazadas.


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