domingo, 16 de enero de 2011



En la añoranza del tiempo dilapidado en respiraciones pulmonares sin sentido, aspiré ese último aliento que ofrecíase como el último beso de la relación rota por el orgullo pecador del que nada importa si importase realmente el haber sido joven y soñador, sucio recuerdo idealizado por la melancolía frustrante que se ahogaba con aquella húmeda lengua que ya no me amaba que ya no suspiraba al mirar con lágrimas en los pómulos mi triste figura de hombre derrotado en sus debilidades, en mezquindades diarias, superviviente a los engaños, ufanaba por acariciar sus hombros, pero expulsado del paraíso de sus abrazos me empujó corriendo la silla en un chirriar irritante que sumióme en la desesperación de relaciones que no encontrarían la perfección de lo perdido.
Todo empezaba cuando todo se acabó y nada tuve, la triste felicidad de la memoria al recordarme que una vez tuve semejante ocasión de abandonar la insulsa vida de un renuente, fracasado de barra de bar, eterno perdedor, ansioso cadáver viviente de una comedia en la que quiso ser caballero de la dama y convirtióse en bufón de las risas ajenas que llenaron su caminar en cojo palomo.

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