lunes, 24 de mayo de 2010

Pereza, pecado mortal

Sintiendo cómo pasaba el tiempo ocioso entre mis manos cual brisa que entra por un balcón repleto de geranios florecidos, el mono que martillea mi cerebro tras mis orejas me pide que levante mi trasero del cómodo sofá que sustenta mi pereza por teñir de acciones insulsas la existencia de segundos que corren para no ser perseguidos que, encima, se fueron riyéndose de mi abatimiento. 
El ruido de un televisor encendido penetraba en la estancia, zapping compulsivo para caras siniestras en tarde de borrachera, parlotean sin cesar imágenes amenazantes que convulsionan el pulgar de mi mano derecha, esperando silenciosamente, entre paseo y paseo por el pasillo dirección al lavabo del fondo, al fondo, a la derecha para mingir el líquido sobrante de innumerables latas rojas, ojos enrojecidos mientras lavome las manos, en el retorno con pasos arrastrados de mis descalzos pies avanzo hacia el portón de la nevera, cato despacio, entre tambaleos tronco corporales y mirada turbia con mi mano para después escoger la más fria que helará mi garganta al run run de una somnolencia apática que me atrapa en redes invisibles que cercan mi cuerpo sin apenas resistencia más que un apenas entreabrir los ojos cuando el locutor del enésimo partido de tenis eleva su voz para loar el futil esfuerzo  de otro ser humano que se gana grotescamente la vida en el mundo irreal de un juego patrocinado por las ya incontables cervezas que me he tomado, duermo, luego existo.

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