sábado, 6 de marzo de 2010

Sensaciones olvidadas

En ocasiones, al respirar profundamente, cerramos los ojos y  buceamos rebuscando sensaciones olvidadas, rememoramos instantes, esencias de uno mismo que se encierran en el laberinto de lo cotidiano,  en absurdos fruncimientos de ceño que envejecen el alma y ajan la piel de la inocencia, en la lucha contra el mundo, en nuestra moderna batalla por la supervivencia vital, ahogados por olas gigantes de lo social, nos creemos independientes del mundo, pero nuestra interdependencia, como las gotas de agua en una nube, nos hace sufrir porque nos asusta nuestra soledad tecnológica, cada vez más cómodos en la cúpula de cristal que poco a poco construimos a nuestro alrededor. No queremos virus, no queremos extraños colores de piel, salvo que en los bolsillos lleven morados billetes de quinientos, cada vez más tribales, sólo universales cuando vacacionamos en aquellos países tan pobres de sí mismos, pagados como estamos en nuestros aires de superioridad, la nación, si es rica mejor, somos ricos hipotecados mileuristas que sólo queremos a las oscuras pieles para limpiar los culos de nuestros, cada vez más, olvidados mayores, aquellos que de pequeños se desvivían por nosotros, por nuestras pupas en la rodilla que con amor curaban con agua oxigenada, aparcados, así, sin darnos cuenta, nuetra poliédrica cúpula va encerrándose en esas vidas que  cada cual vive y entonces es cuando al respirar profundamente, con los ojos mirando el interior de lo que somos, descubrimos, asombrados, a la persona que hubo en nosotros y que parece otra, ahora, ahogada en miedos, incapaz de regenerarse, de soñar hacia adelante una vez que rebasamos el ecuador de nuestra vida, sin proyectarnos más allá de lo que aquella otra persona imaginó para nosotros, frustrados por las oportunidades perdidas no saboreando la experiencia vivida. Siempre adelante, pues no queda otra, la infancia  un bonito recuerdo, la juventud  bellos momentos, ya pasaron, pero ambas etapas siguen ahí, en nuestros corazones, en este corazón indómito que se revela al conformismo, que late con fuerza cada vez que la voluntad opaca la ilusión, te recuerda la fortuna de respirar, de caminar por la tierra, de disfrutar de una buena comida en compañía saboreando el reto de sobrevivir a un nuevo día,
de anhelar la llegada del siguiente, de hacerlo diferente, todo se reduce a un estado mental, ese cerebro loco que mueve los mundos.

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